__La in-visibilidad del instante __

 

La fotografía ha adquirido un gran protagonismo en el arte y la cultura a lo largo del siglo veinte. Nos hemos acostumbrado a ver el mundo a través de este lenguaje, ya que la mayoría de imágenes que vemos todos los días son de origen fotográfico, por eso pienso que su influencia ha sido decisiva sobre nuestra forma de ver y de pensar. La fotografía es el medio más idóneo para la captación del instante. Precisamente por ese elemento tecnológico que tiene la cámara fotográfica para plasmar lo instantáneo, esas esporádicas e impulsivas escapadas del inconsciente hacia el exterior pueden ser captadas y eternizadas al instante. El gran retratista Philippe Halsman decía: «A veces la cámara fotográfica captura un fragmento de verdad evanescente.» Los fotógrafos dirigen su mirada a través del objetivo intentando descifrar no solamente la realidad del mundo exterior, sino también la de su propia existencia. En 1984 escribí en mi libro Movimiento estático: “Fue en la oscuridad del laboratorio donde empecé a ver por primera vez. Mi trabajo es una manera de cuestionarme a mí misma, una excusa para adentrarme más en todo lo que me rodea…” Hoy día este pensamiento sigue vigente aunque ha ido evolucionado.

            A menudo yo misma me pregunto por qué elegí la fotografía como instrumento de trabajo. Mi interés siempre se ha centrado en todo aquello que presiento, intuyo o sueño. ¿Por qué elegir entonces un medio que se apoya tanto en lo visible? –André Bazin define la fotografía como una “huella luminosa”, ya que para su realización necesita la presencia física de un referente. Y es que la cámara fotográfica sólo me interesa como instrumento  psicológico de la mirada. En mi obra, la estética y la técnica fotográfica quedan subordinadas a los innumerables elementos psíquicos y epistemológicos que me ofrece el medio fotográfico. Considero que la poesía es el origen de todo mi trabajo creativo; quizá por eso trato de adentrarme, tanto con las imágenes como con las palabras, más allá de la simple apariencia de las cosas. La vida es una luz que poco a poco se va desvaneciendo, como pasa en las fotografías. Durante el revelado la imagen aparece en la más absoluta oscuridad, al igual que nosotros venimos de la oscuridad a la luz cuando nacemos. La desaparición de la imagen en el celuloide de la película no es sino un recordatorio de nuestra propia desintegración. Con la poesía el ser humano también puede viajar de la oscuridad a la luz, porque el espíritu poético ilumina muy sutilmente nuestro oscuro transcurrir. Me resulta difícil separar mi mundo poético de lo visual, porque ambos actúan como metáforas que desvelan los símbolos que se ocultan detrás de la realidad. Por esta razón, cuando me falló la palabra al irme a vivir muy joven a otra cultura y otra lengua, elegí la fotografía como el medio de expresión más adecuado para materializar mis ideas y preocupaciones.

            El poeta Antonio Gamoneda me dijo en una ocasión: “Es en la invisibilidad donde se engendra la visión”. Es por este sendero de lo “no visible” donde ha deambulado casi toda mi obra fotográfica. Así como los poetas se sumergen en el mundo del subconsciente para encontrar la respiración silenciosa de la palabra, así también intento yo distanciarme de la realidad para observar todos sus detalles al máximo y, después de trascenderlos, poder divisar todos aquellos aspectos invisibles de la imagen, porque tanto la imagen como la palabra debe ser percibida en su totalidad, es decir en su doble cara visible/invisible. Son precisamente todos estos aspectos ocultos e intangibles de nuestra realidad visible lo que intento captar con mi cámara. Este poder mágico que tiene la fotografía de ocupar el lugar de una ausencia y de nutrir nuestra memoria del pasado es lo que me lleva al otro lado de lo visible, lo que me ayuda a cruzar el umbral de lo invisible. Aquí es donde la poesía y la fotografía se abrazan y pueden caminar juntas de la mano en busca de los misterios que nos alejan de nuestra realidad más concreta e inmediata.

            A través de los años he ido almacenando imágenes captadas sin ninguna razón específica, sencillamente he sentido un pálpito o una urgencia interior por fotografiarlas. A menudo fotografío de esta forma instintiva e inconsciente, y es por esto que trabajo casi siempre con negativos tomados años atrás, –imágenes siempre perfectamente archivadas en mi mente-, que de repente, tras un tiempo de incomprensible abandono, anuncian su presencia en mi presente. Es como si mi intuición se hubiera adelantado a mi propia conciencia en el momento de la captación de una imagen.

            El cine y la poesía han ejercido la influencia más decisiva y esclarecedora  sobre mi obra creativa. El poeta y cineasta Jean Cocteau me enseñó a una temprana edad que la poesía no se expresa únicamente a través de la palabra. La película, El último año en Marienbad de Resnais me descubrió ese lento transcurrir del tiempo unificado. Tarkovski, Bergman, Buñuel, Orson Welles y Hitchcock fueron mis primeros maestros sobre la luz, los encuadres, y toda esa carga emocional que encierra una imagen. Aprendí de la imaginación de Borges, la musicalidad de Neruda, el hermetismo de José Ángel Valente y la visionaria luminosidad de Antonio Gamoneda. El gran retratista Philippe Halsman me enseñó a reconstruir una expresión a través del uso de la luz.  Los Caprichos de Goya me enseñaron a vislumbrar la lucidez en la oscuridad. Y, más adelante, descubrí esa armonía que se encuentra en la arquitectura, sobre todo en los templos del sur de Italia de la antigua Magna Grecia, ese equilibrio que existe entre lo pasional (monumentalidad) y lo racional (medidas perfectas). Equivalente a esa avenencia que también existe en nosotros, o debería existir, entre la inteligencia y el corazón. Estas son, en términos generales, mis influencias más primarias.

            Tiendo a pensar que la voz de toda creación es andrógina, o al menos así me gustaría que fuese. No quisiera limitar mi voz o sentimientos a las exigencias de género. Afortunadamente, los modelos masculino/femenino están evolucionando bastante, y la idea de hembra/macho que ha predominado tanto en nuestra cultura está perdiendo fuerza. Creo que hoy en día la ambigüedad no asusta tanto, incluso interesa, y el artista puede expresarse de una forma más armónica y total. De todas formas este es un tema que merecería tratarse más extensamente.

            Como punto final citaré el último párrafo de un texto que escribí para el catálogo de  una exposición, titulada Transformaciones, que mostré en la galería Juana Mordó en 1988, y que sintetiza puntualmente lo que para mí significa este medio fotográfico:

         “…La mirada propia. Los ojos que contemplan los adentros, que miran la mirada. Los ojos que evocan la memoria de lo que antes era y todavía es. El conocimiento de lo que existió siempre y nunca fue del todo conocido. La pasión de ser uno mil veces multiplicado por la memoria del tiempo. La repetición abusiva de nuestros cuerpos por siempre querer ser. La necesidad de ver por primera vez”.

Marga Clark
3/2/2005