__Clarividencia __

 

CLARIVIDENCIA

La instantánea


         Nada se movía, pero todo seguía hacia adelante. La estática y el movimiento, y esa continuación perenne de las cosas que a su vez se transforman para volver a empezar una vez más. La instantánea: ese momento único de suspensión absoluta, ese querer detener el tiempo en nuestras manos, de apretarlo fuerte para sentirnos un poco más eternos. Todo se desarrollaba en el silencio, como si el transcurrir lento sólo pudiera ocurrir de esta forma. Todo, o casi todo, se sucedía esperando el momento último de permanencia donde los colores se borran y ya no existen, donde las cosas se miran ensimismadas no reconociéndose porque ya es demasiado tarde y han vuelto a ser otra vez. La mirada propia. Los ojos que contemplan los adentros, que miran la mirada. Los ojos que evocan la memoria de lo que antes era y todavía es. El conocimiento de lo que existió siempre y nunca fue del todo conocido. La pasión de ser uno mil veces multiplicado por la memoria del tiempo. La repetición abusiva de nuestros cuerpos por siempre querer ser. La necesidad de ver por primera vez.

El espacio y el tiempo forman una unidad total e intercambiable. Todos los elementos de la naturaleza se encuentran en un acto de continuo fluir. Existe una continuidad ordenada, espacial e ilimitada. Esa fusión de espacio y tiempo es lo que llamamos movimiento. La detención del movimiento crea el instante, y la reproducción de este instante crea la instantánea. Para nuestro ojo, nuestra mirada, el instante no existe porque somos incapaces de parar el movimiento. La fotografía es el medio más idóneo para la captación del instante. Precisamente por ese elemento tecnológico que tiene la cámara fotográfica de plasmar lo instantáneo, esas esporádicas e impulsivas escapadas del inconsciente hacia el exterior pueden ser captadas y eternizadas al instante.  El gran retratista Philippe Halsman decía: “A veces la cámara fotográfica captura un fragmento de verdad evanescente”. Los artistas y fotógrafos dirigen su mirada a través del objetivo intentando descifrar no solamente la irrealidad del mundo exterior, sino de su propia existencia. La fotografía ha adquirido un gran protagonismo en el arte y la cultura a lo largo del siglo veinte. Nos hemos acostumbrado a ver el mundo a través de este lenguaje, ya que la mayoría de imágenes que vemos todos los días son de origen fotográfico, por eso pienso que su influencia ha sido decisiva sobre nuestra forma de ver y de pensar, pero al mismo tiempo creo que este medio es uno de los causantes de la gran confusión y desarraigo que padece el individuo en nuestra sociedad actual. El ser humano, inseguro de su propia existencia, busca la realidad en su reflejo, busca su yo reflejado en imágenes exteriores. Se comprende y se capta a través de los demás, lo que le produce un desdoblamiento tan trágico como inevitable. Así lo hacía Narciso, enamorado de su propia imagen, y los hombres de la caverna de Platón que contemplaban la realidad a través de su sombra. Pero por otra parte, las fotografías han puesto más en contacto al individuo con sus emociones y con su mundo exterior.

 

El tiempo


            El tiempo no existe como lugar, es tan sólo la línea ‹limes› que separa el afuera ‹es› del adentro ‹in›, el espíritu de la materia, lo real de lo imaginario. Es el límite invisible que demarca el lugar de la nostalgia donde habita la memoria, que origina el instante indivisible de un presente sin nombre y sin destino. Es la búsqueda del fuego de la luz para vislumbrar lo infinito y así dejar de contemplarnos.  El tiempo, en su agonía, nos habla más allá de lo recóndito del pasado, nos contempla en el presente fugaz y  perecedero y, sobre todo, nos espera con la inocencia virginal de lo eterno.

            ¿Por qué la cámara fotográfica se ha convertido en un objeto tan popular y deseado? ¿Por qué nos gusta ser fotografiados? Entre otras razones, porque la máquina tiene poderes mágicos que nosotros no tenemos, tales como el de transformar la realidad en un objeto plano que podemos llevar con nosotros en el bolsillo; y el de poder traer el pasado a nuestro tiempo presente, ya que una imagen remite a una realidad no sólo exterior sino también anterior. Roland Barthes decía que la fotografía es: “una emanación de la realidad del pasado”, y André Bazin la define como: “una huella luminosa”. Aunque creo que lo más primordial es ese valor sustitutivo que adquieren las fotografías ante la ausencia o la pérdida de nuestros seres queridos. Pero, ¿hasta qué punto el ser humano depende de las máquinas? ¿Hasta que punto la tecnología ha cambiado su percepción del mundo? Estas preguntas son una clara indicación de la preocupación del hombre humanista ante la evidente deshumanización que padece nuestra sociedad. Las constantes dudas y el temor que el ser humano siempre ha mantenido hacia su futuro incierto, y su inevitable olvido del pasado, produce una cierta inseguridad en el individuo, que se mueve como náufrago a la deriva buscando un punto de referencia donde poder agarrarse, al mismo tiempo que le crea una obsesión por captar y “vivir el presente”. El ser humano, desplazado de su tiempo y espacio, reafirma su realidad a través del mundo ficticio de las fotografías y los medios de comunicación. Recurre al mundo de la representación para detener el ritmo alocado de su presente perecedero y poder reconocerse. Esta desorientación que todos padecemos en nuestro tiempo y espacio actual, nos obliga a reexaminar nuestros parámetros existenciales y a redefinir los ámbitos de la realidad.

 

La visión


            La mirada que no sólo ve sino que oye, huele, toca, paladea. La que sale traslúcida de su cárcel de osamenta y traspasa los límites. La que no necesita órbita, ni luces, ni sombras. La que respira el silencio de su ascensión. La que contempla el TODO de la nada. La que escucha porque no habla. La que busca porque no existe. La que encuentra porque no es.

            El poeta Antonio Gamoneda una vez dijo: “Es en la invisibilidad donde se engendra la visión”. Hay que saber distinguir entre visión y mirada. La visión no depende únicamente de lo visual, sino que abarca todos los sentidos y aparece cuando el ser humano es capaz de trascender lo real. El visionario no es sólo la persona que toma como reales o posibles cosas imposibles que imagina. Ni tampoco es un iluso, o un loco, como así lo definen ciertos diccionarios. El poeta R. M. Rilke escribió en una ocasión: “¿Cómo soportar, cómo salvar a lo visible, si no es haciendo de ello el lenguaje de la ausencia, de lo invisible?” La creación, ya sea plástica o literaria, es una forma de levitación, un ausentarse de la realidad que rodea al creador aunque sólo sea momentáneamente. Para mí la fotografía es mirada, y la poesía es visión, porque mientras que la fotografía se limita a documentar la realidad y nos reafirma más en ella, la poesía nos ayuda a trascenderla, e incluso a crearla. La poesía es luz y transparencia y penetra los límites de la conciencia, precisamente porque entiende ese lenguaje de los sueños, metáforas, y símbolos. En esta gran revolución de las nuevas tecnologías que la humanidad experimenta hoy día, hay demasiada información, porque sintetiza miles de voces de distintas disciplinas y es difícil orientarse. El gran estudioso George Steiner dice: “Vivimos en el mundo de la comunicación pero no del entendimiento”. Sin embargo, la poesía puede abarcarlo todo muy profundamente con pocas palabras, porque usa el símbolo y la metáfora; y al ser nuestra voz más pura, es reveladora y se erige como vía de conocimiento de lo oculto,  de lo invisible, y como búsqueda existencial. En realidad lo que la poesía pretende es aunar la inteligencia con el corazón y crear una armonía, de la que el mundo hoy día carece. Es por esto que la poesía asume una importancia vital en nuestros días.

            La vida es una luz que se va desvaneciendo paulatinamente, como pasa en las fotografías. En el revelado, la imagen aparece en la más absoluta oscuridad, al igual que nosotros venimos de la oscuridad a la luz cuando nacemos. La muerte es la única certeza inevitable de la condición humana.  La desaparición de la imagen en el celuloide de la película no es sino un recordatorio de nuestra propia desintegración. Con la poesía, el ser humano también puede viajar de la oscuridad a la luz, porque el espíritu poético ilumina muy sutilmente nuestro oscuro deambular.

 

Marga Clark
Madrid, 6 de agosto de 2003